martes, 8 de marzo de 2011

Citando

Josefa le pidió que repitiera para ella el conjuro que escuchaban desde siempre las mujeres de su familia cuando nacían.


Milagros aceptó rendirse a la tradición familiar para que nada le faltara al rito que la convertiría en madrina. Puso la mano sobre la cabeza de su sobrina y recitó:


-Niña que duermes bajo la mirada de Dios, te deseo que no lo pierdas jamás, que vayas por la vida con la paciencia como tu mejor aliada, que conozcas el placer de la generosidad y la paz de los que no esperan nada, que entiendas tus pesares y sepas acompañar los ajenos. Te deseo una mirada limpia, una boca prudente, una nariz comprensiva, unos oídos incapaces de recordar la intriga, unas lágrimas precisas y atemperadas. Te deseo la fe en una vida eterna, y el sosiego que tal fe concede.


 -Amén -dijo Josefa desde su cama, poniéndose a llorar.


-¿Ahora puedo decir el mío? -preguntó Milagros.


Era más que una mujer hermosa que a veces se vestía como un dibujo de Le Moniteur de la Mode y usaba los sombreros más finos que podía diseñar madame Berthe Manceu, porque también tenía en su guardarropa una colección de los mejores huipiles que se hubieran bordado jamás. Acostumbraba ponérselos en las ocasiones solemnes y era capaz de caminar por la calle con el cabello en trenzas sobre la cabeza y aquella ropa de india como una bandera de colores cayéndole por el cuerpo. Así estaba vestida esa mañana. Josefa la miró admirándola y le pidió que siguiera.


-Niña -dijo Milagros con la solemnidad de una sacerdotisa- yo te deseo la locura, el valor, los anhelos, la impaciencia. Te deseo la fortuna de los amores y el delirio de la soledad. Te deseo el gusto por los cometas, por el agua y los hombres. Te deseo la inteligencia y el ingenio. Te deseo una mirada curiosa, una nariz con memoria, una boca que sonría y maldiga con precisión divina, unas piernas que no envejezcan, un llanto que te devuelva la entereza. Te deseo el sentido del tiempo que tienen las estrellas, el temple de las hormigas, la duda de los templos. Te deseo la fe en los augurios, en la voz de los muertos, en la boca de los aventureros, en la paz de los hombres que olvidan su destino, en la fuerza de tus recuerdos y en el futuro como la promesa donde cabe todo lo que aún no te sucede. Amén.


-Amén -repitió Josefa bendiciendo la fe y la imaginación de su hermana.
 
Ángeles Mastretta. Mal de amores.

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